Columna de opinión: “Día Mundial del urbanismo y personas mayores”

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Autora: Alessandra Olivi, antropóloga social, integrante de la Línea Temática de Calidad de Vida y Determinantes Sociales del Envejecimiento del CIES y académica de la U. de Valparaíso.

El 8 de noviembre se conmemoró el Día Mundial del Urbanismo y no podemos hablar de ciudades sin hablar también de personas mayores.

Envejecimiento y urbanización son las dos tendencias globales que caracterizan el siglo XXI. Si bien ambos fenómenos son el producto de un desarrollo exitoso durante el siglo XX, sus implicaciones demográficas, económicas y sociales constituyen desafíos complejos especialmente para los países del sur global, donde no solo la población envejece más rápidamente, sino en condiciones socioeconómicas mayoritariamente desfavorables y un contexto ambiental marcado por el crecimiento urbano descontrolado y por los efectos del cambio climático.

Según el modelo ecológico del envejecimiento, desarrollado por la gerontología social a finales del siglo pasado, la calidad de vida de las personas mayores está fuertemente relacionada con el  ambiente en el que habitan y en el que desarrollan sus vidas cotidianas. Las características del contexto socio-espacial en el cual las personas envejecen condiciona la identidad etaria, las posibilidades de seguir siendo parte integrante de la sociedad, de mantenerse activos/as, de seguir realizándose y, en definitiva, la condición de salud y la percepción que tienen las personas mayores de su bienestar.

Atendiendo a estos hallazgos, la comunidad mundial, desde la Segunda Asamblea Mundial de las Naciones Unidad para el Envejecimiento, realizada en Madrid el 2002, pone el entorno – natural y construido, entendido como el hogar, el equipamiento, la comunidad y la sociedad en general –al centro de su estrategia para abordar el envejecimiento de la población. Así, la Década del Envejecimiento Saludable (2021-2030) recoge y amplia el programa Ciudades y comunidades amigables con las personas mayores, lanzado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2006, definiendo las coordenadas para que los países adecuen sus entornos para garantizar el envejecimiento saludable y el bienestar de toda la población.

Como una de las tres dimensiones que determinan el envejecimiento saludable, el entorno juega un papel fundamental en articular la capacidad funcional de las personas, es decir, la capacidad para satisfacer sus necesidades básicas, con la capacidad intrínseca, que incluye todas las capacidades físicas y mentales, pudiendo ser determinante para que las personas mayores mantengan y prolonguen su autonomía e independencia. El ciculo virtuoso que se genera entre los entornos construidos, los entornos naturales y la salud de las personas mayores demanda reformular el propio concepto de desarrollo urbano, poniendo énfasis en aquellas estrategias de planificación que potencien entornos más inclusivos, valorizando los recursos locales y garantizado el acceso a servicios adecuados y adaptados a las necesidades de las personas a lo largo del ciclo de vida.

En un país como Chile, donde se espera que para el 2050 el 32% de la población tenga más de 60 años y, de este grupo, casi un tercio tenga 80 años o más (INE, 2023), seguir con un modelo de desarrollo urbano ciego a la edad no solamente resulta descontextualizado y carente de toda racionalidad, sino parece además obedecer a la persistencia de estereotipos edadistas que se niegan a reconocer el derecho a disfrutar de una vejez digna y placentera.