La vejez como concepto distingue entre edad fisiológica (proceso físico que repercute en las capacidades funcionales), cronológica (a partir de los 60 o 65 años) y social (constructo socio-histórico) (Huenchuan & Rodríguez-Piñero, 2010). En Chile desde 2010 se ha registrado una disminución de la tasa de mortalidad y una etapa avanzada de envejecimiento poblacional. Según el Censo 2017 se proyecta que para el año 2050 por cada 100 menores de 15 años habrá 176 mayores de 64 años (INE, 2021). El 16,2% (n= 2.850.171) de la población corresponde a personas de 60 años o más. Cabe destacar, que la proporción de mujeres en este grupo etario es mayor (Godoy, 2020, MINSAL & MINDES/MDSF, 2019). Por otra parte, la Ley Nº 19.8281, estipula que se considera persona mayor a mujeres y hombres que hayan cumplido 60 años. No obstante, existe una distinción según género ligada al proceso de envejecer y jubilar; la mujer jubila a partir de los 60 años y los hombres a partir de los 65 años (Osorio, 2010).
La primera Encuesta Nacional de Salud de 2003 en mayores de 65 años destacaba la prevalencia de sedentarismo de un 95,7%, riesgo cardiovascular alto y muy alto de 83,1%. En cuanto a salud oral, es un hallazgo infrecuente contar con la dentadura completa (mayor o igual a 14 piezas dentales) en este grupo etario (Encuesta Nacional de Salud 2010). Por otra parte, la prevalencia de síndrome metabólico es de 48%; sobrepeso 42,2% y la obesidad 29%. La prevalencia de síntomas de la enfermedad respiratoria crónica (ERC) fue 30,9% y las tasas de prevalencia de diabetes mellitus 15,2%; tabaquismo 10,5% y colesterol total de 54%. Desde comienzos del siglo XXI, las afecciones más comunes en este grupo etario han sido las enfermedades crónicas, degenerativas, tumores malignos y accidentes (Superintendencia de Salud, 2006). A partir de lo cual se generan diversas iniciativas orientadas a mantener la capacidad funcional y mejorar la calidad de vida de las personas mayores.
No obstante, el concepto de persona mayor reúne un colectivo diverso en términos de vivencia de envejecimiento y la única constante en este grupo es su heterogeneidad. Si bien, existen cambios biológicos asociados al envejecimiento, también, son determinantes las variables psicosociales tales como; diferencias de género, estado civil, tipo de convivencia familiar, estilo de vida, patologías existentes, situación socioeconómica, entre otras (OMS, 2022).
Los cambios morfológicos y funcionales que se producen asociados a la edad aumentan el riesgo de enfermedades crónicas no transmisibles; cardiopatías, afecciones cerebrovasculares y respiratorias, cáncer y demencia, y otras patologías discapacitantes tales como pérdida de audición, visión y movilidad. Asimismo, el proceso de envejecimiento se caracteriza por la aparición estados complejos de salud o síndromes geriátricos, como consecuencia de múltiples factores subyacentes que incluyen; la fragilidad, la incontinencia urinaria, las caídas, los estados delirantes, entre otros (OMS, 2020). Se estima que en Chile la prevalencia de fragilidad es del 10,9% (7,7% en hombres y 14,1% en mujeres) (Pantoja-Troncoso et al., 2020) el que aumenta con la edad (Srinivasan et al., 2019).
En términos generales, la fragilidad se define como un estado de mayor vulnerabilidad, aumentando el riesgo de deterioro funcional de los distintos sistemas en las personas mayores (Martínez-Reig et al., 2016). Según, Fried, et al. (2001), la fragilidad es un fenotipo clínico, cuyo diagnóstico requiere que se cumplan, a lo menos, tres de los criterios establecidos: pérdida de peso involuntaria, sensación de agotamiento, fatiga, anorexia e inactividad física. En función de la cantidad de criterios se distinguen tres niveles: prefrágil, frágil y no frágil. Cabe destacar que algunas personas mayores pueden ser frágiles y no presentar discapacidad o compromiso en AVD (Actividades de la Vida Diaria), ni comorbilidades.
En 2014, la Resolución Exenta Nº 92 consolidó una orientación técnica dirigida a las personas mayores en atención primaria, instaurando el Examen de Medicina Preventiva del Adulto Mayor (EMPAM), como herramienta de la atención primaria para detectar la fragilidad y predecir la pérdida de funcionalidad: valoración funcional de la persona mayor VFPM (ex- EFAM) y el programa de Alimentación Complementaria para Personas Mayores (PACAM) destinado a quienes presentan los criterios de fragilidad (MINSAL, 2019b). Cabe destacar que el concepto de fragilidad, tiene distintas visiones según el autor que se aluda, pero al considerar el enfoque de riesgo se puede generar una planificación comunitaria a nivel de atención primaria en la detección de la fragilidad y el deterioro funcional (MINSAL, 2011b).
Los cambios propios del proceso de envejecimiento no son lineales, tienen origen multidimensional y varían entre personas. Esta etapa vital, como cualquier otra, está estrechamente influenciados por el entorno y el estilo de vida. No obstante, el envejecimiento como proceso fisiológico, conlleva mayor vulnerabilidad, debido a la incapacidad del organismo para adaptarse a su entorno. En el aspecto psicosocial, se produce una transformación y disminución de los roles (MINSAL, 2021). Asimismo, se producen cambios de la imagen corporal o física que limita las actividades realizadas hasta el hito que determina la experiencia de convertirse en persona mayor. En el ámbito de la sexualidad, el proceso de envejecimiento se relaciona con aspectos negativos vinculados a creencias, actitudes culturales, cambios hormonales, situaciones médicas, etc. (Gonzales et al. 2005). Sin embargo, diversas investigaciones señalan que el amor y la sexualidad continúan siendo aspectos de gran importancia en la vida del ser humano, a pesar de que cada grupo generacional tiene sus propias percepciones y prácticas respecto a la misma, las cuales pueden limitar o favorecer su expresión y disfrute en la vejez (Bohórquez, et al. 2008). Lo mismo ocurre con el bienestar subjetivo, el que está determinado por el grado de apoyo que la persona percibe de su entorno, el género y por la ausencia de síntomas depresivos de la persona mayor (Mella, el al. 2004).
Según Torres (2020), las personas mayores visualizan la sexualidad como algo positivo y lo observan como una actividad que les gustaría expresar. No obstante, se anteponen los estereotipos sociales, prejuicios del medio en el que viven, características de la vivienda y las propias creencias. Sin embargo, es importante comprender que la sexualidad constituye un aspecto integral de la calidad de vida en la vejez. Por lo tanto, una mirada integral de la sexualidad en las personas mayores puede traducirse en mejoras en promoción y prevención en salud y aportar información para la generación de políticas públicas y mejorar la atención de esta población (Srinivasan et al., 2019). En el futuro y pensando en el bienestar de las personas mayores, es necesario reflexionar sobre un cambio de paradigma desde una educación centrada en la reproducción a una experiencia holística de la intimidad en la vejez sobre todo cuando algunas funciones fisiológicas declinan.
La fragilidad considerada como un síndrome geriátrico clínico involucra: enfermedades crónicas, alteración de la marcha, déficit sensorial, mala autopercepción de salud, caídas frecuentes, aspectos funcionales (ABVD y
AIVD) socioeconómicos, cognoscitivos/afectivos. Siendo así, una persona mayor fragilizada se vuelve más vulnerable a todo evento. Y, la asociación de estas fragilidades con la sexualidad en Chile, está muy poco explorada. Desde esta perspectiva, este estudio plantea la siguiente pregunta:
¿Existe asociación entre la dimensión sexual y las funciones relacionadas con la fragilidad, que impactan en la calidad de vida de las personas mayores residentes en Chile, periodo 2023-2024?